Ser hijo de una mujer como Olga Poblete fue, además de un gran privilegio, todo un reto que creció con nosotros, sus hijos. Más allá de recibir de ella su dedicación de madre, su preocupación junto a mi padre por la estabilidad de nuestro hogar, por nuestra educación y felicidad, enseñándonos a ver y valorar la vida con otros ojos… nos fuimos dando cuenta de los valores de esa bella y suave mujer, un personaje que traspasaba y traspasaría muchas fronteras.
Por Humber Espinosa Poblete. Publicado en Club Andino de Chile
Decidir entre recordar los caminos de vida recorridos de su mano fuerte y segura, tierna y protectora a la vez, o encumbrarnos por su vida intelectual de maestra, de dirigente, de luchadora por las nobles causas de la mujer, de la paz y la igualdad entre los hombres y los pueblos, no es fácil.
Aunque no existió una línea divisoria en sus roles, como hijos y como familia, ella trató siempre de no involucrarnos en sus grandes luchas, aunque tampoco restarnos de su presencia… de sus cuidados… lo que para ella debe haber sido también una difícil tarea.
Mi madre era una mujer tremendamente solidaria, sensible al dolor de los demás, a las injusticias y desigualdades sociales en nuestro país y en el mundo, a la falta de oportunidades para hombres y mujeres, al racismo, al hambre, la tortura y la muerte. Fue una mujer fuerte… en sus ideas e ideales, en sus luchas y desafíos, en su entrega a los demás.
De baja estatura, de voz suave y convincente, de un fino humor que nunca faltó en sus charlas, seminarios, escuelas de verano y otras alocuciones. Alguna ironía sana, una anécdota o alguna situación jocosa que insertaba en medio de la seriedad de su discurso, sacaba a todos los presentes la risa o más de una sonrisa.
En cualquiera de estos eventos, desde sus clases de Historia y Educación Cívica en el Liceo de Aplicación, el Liceo 7 de Niñas o en el Instituto Pedagógico, hasta un discurso en el gran Palacio de los Trabajadores en Moscú, o en el Colegio de Profesores de Chile, sobre un escenario o frente a un micrófono, la delicada imagen de Olga Poblete se hacía enorme, crecía sin límite, echando al suelo cualquier muestra de inseguridad o temor frente a la audiencia. Muy por el contrario, la fuerza de sus palabras y de sus convicciones, el traspaso de su experiencia y sabiduría a sus alumnos o auditores, la transformaban, llevándola a expresar su pensamiento y enseñanzas con una fortaleza enorme y un gran poder de convencimiento.
Nunca la vi llorar… solo un par de veces algunas lágrimas invadieron sus ojos, haciéndolos brillar profundamente. Una de ellas fue el 19 de junio de 1953, cuando en EE. UU. murieron ejecutados los esposos Rosenberg, acusados de “espionaje”. La otra… cuando lanzaron las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 de agosto de 1945… Yo tenía cinco años y lo recuerdo cada año, aun cuando no sabía por qué… La irrupción de la Dictadura, con su sombra de violencia y muerte, tampoco la hicieron derramar una lágrima, por el contrario, aquella herida en el alma se transformó en ella en una fortaleza renovada para luchar contra la Dictadura, reorganizar a las mujeres, proteger a los niños y a las víctimas de la represión.
A sus 65 años de vida, y tantos de luchas, fue muy duro para ella perder esa batalla, sobre todo cuando se había llegado a conquistar una gran meta política y social para Chile por la vía pacífica, y después de haber entregado gran parte de su vida en defensa de la democracia, de la libertad, de la igualdad de “los hombres y mujeres de nuestra patria”. Esto podría haberla deshecho, derrotado, derrumbado… Y no fue así. Su fortaleza la volvió a levantar y, ante la lucha que venía por delante, se hizo más grande. Ya el 8 de marzo de 1974, con otras mujeres organizó y encabezó la celebración del Día Internacional de la Mujer en Chile.
Olga Poblete Poblete asumió muchos roles y desafíos a la vez, que corrieron en paralelo al de ser madre y esposa. Estos dos últimos los abrazó con todo su corazón y cuidado, estuvieron siempre presentes, en desmedro quizás de la otra parte de su vida. Educadora y dirigente gremial en Chile, incansable luchadora por la emancipación de la mujer y sus derechos, defensora de la paz en el mundo y de la autodeterminación de los pueblos; opositora acérrima del armamentismo, de los pactos militares y de las acciones bélicas disfrazadas como “ayudas humanitarias” por las potencias imperialistas y sus intereses económicos y políticos.
Olga Poblete Poblete nació en Tacna el 21 de mayo de 1908, cuando esta ciudad pertenecía aún a Chile. Esto le valió problemas con sus compañeras de colegio, que pronto la tildaron como “la Chola”. En 1915 la familia, compuesta por Olga, su madre, su abuela y su tío Juan Poblete, de profesión contador -quien hizo las veces de padre para ella-, se trasladó desde el Norte a Santiago. Posteriormente, viviendo ya en la capital, en el año 1925, su madre inscribe como fecha de su nacimiento el día 21 de enero de 1908, para evitar así que se siguiera repitiendo aquel “bullying” con sus nuevas compañeras. Así queda inscrita en la circunscripción de Providencia, Departamento de Santiago de Chile.
Hija de Luisa Poblete, madre soltera, quien luchó con ahínco para darle a su hija Olga la educación a la que ella no había tenido acceso. Luisa, mujer modesta y trabajadora, desempeñó varios trabajos y oficios. Uno de los más destacados fue el de costurera para algunas elegantes tiendas de la capital, siendo este trabajo el que más marcó a Olga, que la acompañaba a las entregas de sus costuras, por lo tanto, testigo muchas veces del trato humillante que su madre recibía de los tenderos. Luisa Poblete, gran emprendedora, llegó a formar una Academia de Corte y Confección que lamentablemente no tuvo larga vida.
Más adelante haría un curso de matrona, profesión para la cual tenía mucha vocación, y a la que a pesar de ello no pudo luego dedicarse, ya que sus hermanos estimaban que Luisa no podía salir en las noches o a cualquier hora, a atender los partos y otras urgencias. Olga tenía solo quince años menos que su madre, lo que ayudó a que fueran grandes amigas, cómplices y compañeras. Por orden de su abuela salían juntas a todos lados, de modo que a los nueve años la pequeña ya había aprendido tanto el arte de “sacar las guaguas” que venían naciendo, en el maniquí de la matrona, como también los secretos del baile en la academia donde su madre asistía llevándola a ella.
De asidua alumna, Luisa pasó a ser ayudante del profesor, y la pequeña Olga, a poco andar (o bailar…), se transformó también en eximia “ayudante”… Desde niña siempre le gustó la música, por lo que su tío Juan Poblete le costeó las clases de piano en el Conservatorio Nacional de Música de Santiago, donde alcanzó a llegar hasta el sexto año.
Esto le sirvió mucho, ya que de adulta, esposa y madre, era infaltable que al atardecer de las reuniones familiares con motivo de su cumpleaños, ella se sentara al piano del living de nuestra casa en Ñuñoa y dejara volar su suaves manos sobre el teclado… el que respondía con clásicas melodías de Beethoven, Schubert, Ravel, Chopin… para seguir luego con las románticas y bellas tonadas chilenas. Estas alegraban más a sus familiares, los que terminaban entonando los Ojos negros, el Río-Río, La cumparsita, Mantelito blanco, el Farolito, el Cielito lindo y otras tan bellas como estas.
-Olguita… ¡por qué no tocas esa que me gusta tanto…! ?le pedían sus auditores.
Y ella, alegre y cariñosa, nunca se hacía rogar. A veces la Meche, una bella prima que cantaba en la radio, se paraba a su lado a interpretar junto a mi madre. Mi hermana y yo, con mis primos, nos repartíamos en la alfombra. A esas reuniones familiares iban mi abuela Luisa y su hermano, el tío Juan, quien como ya dije, fue como el padre de mi madre, ya que ella nunca conoció al verdadero; también mi tío Alberto y su clan de los Poblete de La Cisterna; un par de tíos viejos con sus hijas de la edad de mi madre; dos entrañables amigas: Elena Valdivieso, mi madrina, y la Chelita Ochoa, excompañera de colegio de mi madre, ambas elegantes, finas y delicadas, tenían por ella un gran cariño y admiración.
En Santiago, Olga realizó sus estudios de Preparatoria y Humanidades, en el Liceo de Aplicación de Niñas, establecimiento al que volvió recibida ya de maestra el año 1928, siendo nombrada Profesora de Educación Cívica, de acuerdo al Plan de Estudios de la Reforma Educacional de ese año. Posteriormente, desde 1930 a 1934, fue nombrada Profesora de Historia y Geografía del Liceo de Aplicación de Niñas y del Liceo Nº 3 de Niñas de Santiago.
Cuando recordaba esos tiempos, Olga comentaba que muchas de sus alumnas tenían solo unos años menos que ella. Se había titulado de Profesora de Historia, Geografía y Educación Cívica en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en 1929, a sus 21 años.
Según nos contaba mi abuela Luisa… “la Olguita tenía mucha personalidad…”, jugaba a dramatizar, a cantar e inventar historias. Era tan inquieta y segura de sí misma, que estando en clases en su colegio, más de una vez aparecía la directora en su sala y le pedía a la profesora jefe “por favor, Srta. Rosalía, por qué no nos presta un ratito a la Olguita, mire que el 4º B está sin profesora y hay que entretenerlas un rato mientas ella regresa…”. Y ahí partía la Olguita al otro curso, donde las niñas, generalmente mayores y más altas que ella, se entretenían con los cuentos e historias que ella les contaba. En el resto de la jornada en ese 4º B, no volaba una mosca….
En los años 1931-32, Olga, buenamoza capitana del equipo de básquetbol del Club Deportivo Nacional (CDN), codiciada entre los jóvenes, cayó en las redes de un muchacho atlético e inteligente, Humberto Espinosa Correa, peluquero de profesión, miembro de un grupo de cuatro amigos preocupados de la música y la cultura, lo que atrajo fuertemente a Olga. Durante algunos veranos compartió con él en las playas de Algarrobo, donde el CDN disponía de un camping para sus socios.
Cada año escandalizaban a las rancias damas de Algarrobo, “durmiendo en carpas todos juntos y bañándose con trajes de baño ¡¡sin faldín…!!”. Olga y Humberto se casaron discretamente en abril de 1933, en el Sagrario de la Catedral Metropolitana, acompañados de su madre ella, de su padre él. Después de un champañazo con ellos, partieron con mochila y ropa de excursionismo a la precordillera, a su inolvidable “luna de miel”, bajo un frondoso boldo junto a una enorme roca en los faldeos del San Ramón.
En 1935 asumió a tiempo completo de profesora de Estudios Sociales en el Liceo Experimental Manuel de Salas, invitada por su directora, Irma Salas Silva. Teniendo además la responsabilidad de dirigir en su área, la preparación e impresión de material didáctico de su especialidad. De su trabajo surgieron los destacados “Cuadernos de Estudios Sociales” para uso del propio liceo, y que luego se hicieron extensivos a otros establecimientos.
En esos años, el Ministerio de Educación Pública editó su libro Ideario de Manuel de Salas (1754 – 1841); el Departamento de Publicaciones del Liceo Manuel de Salas publicó su libro Documentos para el estudio de la Antigüedad (1953) y luego, Materiales para el estudio de la historia europea contemporánea (1954). Textos estos de gran utilidad, que el Liceo Manuel de Salas hizo suyos en la enseñanza de Historia, y que reflejaban la visión pedagógica distinta e innovadora de Olga Poblete sobre la metodología y la enseñanza, abriendo las puertas hacia una nueva forma de plantearse ante la historia.
Una de sus exalumnas, vocera de las Instituciones Estudiantiles del Liceo Experimental Manuel de Salas en 1959, la describía en un artículo de la Revista Vilano:
“Estaba hecha de una arcilla pulida y compacta, exquisitamente frágil y delicada, al parecer; pero vital y simple. Nunca supimos si su prodigiosa sencillez le era innata o era el resultado de una larga tarea de autoperfeccionamiento. Y esta mujer extraordinaria tenía una clara firmeza de diamante. No condescendía ante nuestros renuncios ni deficiencias. Enseñaba sin proponérselo, nunca alzaba la voz, nunca caía en destempladuras de ánimo. Incitaba a actuar. Era una infatigable y organizada trabajadora. Nosotros sabíamos que doña Olga, al margen de las horas que compartía con nosotros, laboraba con idéntica convicción, seriedad y constancia en organismos gremiales. Muy definida en cuanto a sus ideales, tenía una posición política y un concepto del orden social; sin embargo en sus clases jamás perdía su objetividad y nadie, ni el más malévolo, hubiera podido decir que éramos instrumentos suyos”.
“Su trayectoria ascendente siempre nos ha interesado a sus exalumnos. Cuando sale de Chile sabemos que es lo mejor de la patria lo que va a ir a representarnos: digna, discreta, una dama, doña Olga Poblete ha sabido aunar a una inteligencia poderosa y a una amplia cultura, el perfume espiritual, la gracia de las mujeres eternamente jóvenes y eternamente femeninas”.
Con los años, sus inquietudes la fueron llevando a lo social y a lo político. Fue así como participó en “Avance”, grupo decisivo en la definición política de los estudiantes de los años 20. Al igual que muchos estudiantes, Olga Poblete formó parte de las grandes manifestaciones para derrocar la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo, en 1931.
Le tocó vivir su juventud en un mundo convulsionado en el que los jóvenes -que como ella definió “funcionan más con el corazón que con el cerebro”- tomaron partido contra el fascismo y contra la guerra. Ella lo hizo con el corazón, pero también con inteligencia.
Más tarde solidarizó con la causa republicana en la Guerra Civil Española, participando en el “Socorro Rojo” que juntaba alimentos y medicinas para los refugiados que huían de España. Trabajó para lograr el triunfo del Frente Popular y de su abanderado, Aguirre Cerda. Esto, como una manera de detener al fascismo e impulsar los cambios tan necesarios en el Chile de los años 30. Pero su verdadero aporte fue la enseñanza de las nuevas generaciones chilenas.
En su estrecha relación con la montaña y la naturaleza, Olga Poblete abrió una nueva puerta para sus alumnos: “Cuando enseñamos geografía, cuando hablamos de la arqueología, de la geología, lo hacemos encerrados en las salas del liceo; ¿por qué no hacerlo en medio de la naturaleza, donde los alumnos sean los propios investigadores de su enseñanza…?” Inició así, en la década de los 40, salidas a terreno, trasladándose a Lagunillas en el Cajón del Maipo, por dos o más días con sus alumnos y algún otro profesor, en el Refugio del Club Andino de Chile, y rescatando de la misma naturaleza la enseñanza que luego sus alumnos volcarían a su regreso en carpetas ricas en dibujos y texto, como una muestra de lo aprendido en medio de esa potente naturaleza entre los cerros.
Para Olga la cordillera tenía además otros atractivos, nada menos que el esquí y el andinismo, deportes que hacía años ella practicaba junto a su esposo. Ambos, junto a un puñado de jóvenes deportistas e idealistas, fundaron el 8 de abril de 1933, el Club Andino de Chile, pionero en los deportes de montaña en el país, y rápidamente construyeron su primer refugio en Lagunillas. Solo unos pasos de ventaja les llevaba el Club Alemán Andino, que se asentó con su refugio en Lo Valdés, también en el maravilloso Cajón del Maipo.
A mediados de los 40 fue invitada a participar en el Movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena, MEMCH, fundado en 1935, junto a otras destacadas feministas como Amanda Labarca, Elena Caffarena, Marta Vergara, Laura Rodig, María Marchant, entre otras, con las que luchó decididamente por el voto femenino, por la igualdad de género y otros derechos de los cuales las mujeres estaban excluidas.
Esta organización, semillero de grandes mujeres que se repartían en la vida política y pública, se disolvió en 1951. Olga Poblete junto a Elena Caffarena, en plena Dictadura Militar, refundaron el movimiento como MEMCH 83, que, retomando sus luchas por los derechos de la mujer, agregó el de respeto a los derechos humanos y el retorno a la democracia.
Elena Caffarena, una de las fundadoras del MEMCH, “unida a Olga por la amistad más profunda, aquella que surge de la lucha por conquistar un mejor porvenir para los seres humanos”, en su condolencia el día del fallecimiento de nuestra madre, nos dijo: “Olga, ese ser tan extraordinario que sabía convencer de las razones de la lucha, que incendiaba los corazones con su pluma fácil y sencilla, que llegaba no solo a la inteligencia sino también al corazón. Olga, esa maestra que tuvo la clarividencia de enseñar con el ejemplo. Esa mujer que dio un extraordinario aporte en la batalla por la paz, por la igualdad de las mujeres, por la felicidad de los niños y para conquistar la democracia. Con mi cariño y admiración por Olga”.
La montaña ya estaba instalada en el corazón de esta especial maestra, la que también se mezcló con su feminismo. El año 1936, en la primera Guía de Ski y Andinismo editada por el Club Andino de Chile, escribió un llamado a las mujeres a llegar a la montaña:
“La cuesta es empinada y de una blancura que desvanece. Aquí al pie de ella hay un afanoso movimiento de preparación. Todos disponen sus equipos para el ascenso. Entre el grupo… “ELLAS”. Es la mujer que llega a la montaña después de haber invadido otras actividades deportivas. De afuera vino la insinuación de esa vida en las cimas blancas, y la mujer, nuestra mujer, se ha adaptado a esta nueva modalidad… La existencia actual de la mujer necesita de un elemento que la compense, que equilibre su espíritu, que impulse sus energías y asegure la vitalidad de su cuerpo, de sus ideas, de sus sentimientos. ¡Y se ha lanzado a la montaña…! El sol quema firme la piel, el ejercicio endurece los miembros y ambos operan sobre un cuerpo anémico y descolorido… y ahí está el milagro de una hermosa silueta de mujer fuerte, dorada por la montaña, satisfecha de sí misma y con la mirada brillante de juventud y de goce de vivir… (fragmento del texto “Huellas nuevas”, de Olga Poblete de Espinosa).
Entre 1945 y 1946 viajó a Estados Unidos haciendo uso de una beca en el Teacher’s College de la Universidad de Columbia de Nueva York. Al año de estudios obtuvo el grado de Master of Art en Educación, regresando a Chile a retomar sus tareas docentes e incorporarse con más fuerza a la lucha por sus ideales.
Entre 1946 y 1952 se desempeñó como profesora auxiliar de la Cátedra de Historia Universal del destacado educador, decano y rector de la Universidad de Chile, profesor Juan Gómez Millas, en la Facultad de Filosofía y Educación de dicha casa de estudios.
Desde 1951 a 1960 se dedicó a impartir cursos y seminarios universitarios y de Historia Contemporánea. Entre los diversos temas, presentó la Colonización Europea en el Siglo XIX y parte del XX. Dictó cursos y seminarios sobre China, Japón, Corea y Vietnam. El año 1959 fue nombrada Profesora de Dedicación Exclusiva de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, en las funciones de Cátedra y Seminario de Historia y Colonización Europea; Metodología de la Enseñanza de la Historia y Práctica Docente en el Departamento de Educación y Jefe de la Sección de Formación de Profesores de dicho departamento.
En 1962 Olga Poblete fue distinguida con el Premio Lenin de la Paz, equivalente en Occidente al Premio Nobel de la Paz, entregado anualmente por el Consejo Mundial de la Paz a “individuos que hubieran contribuido a la causa de la paz entre los pueblos”. Galardonados con este premio, entre otros, han sido Pablo Picasso, Rafael Alberti, Mikis Theodorakis, Hortensia Bussi de Allende, Luis Corvalán, David Alfaro Siqueiro, Nicolás Guillén, Frédéric Joliot-Curie, Eugénie Cotton, Pablo Neruda, Lázaro Cárdenas, Salvador Allende, Rameshvari Neru.
En 1968 fue designada Directora del Departamento de Educación de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Designación por decisión unánime de docentes, personal administrativo y estudiantes de dicha facultad. Paralelamente a la dirección del Instituto Pedagógico, continuó con sus cursos del Departamento de Historia. El cargo de directora lo ejerció hasta 1970, mismo año en que jubila, luego de una ardua labor de reorganización del departamento bajo su dirección. Continuó, ad honorem, desempeñándose como profesora del Departamento de Historia, dictando cursos y dirigiendo memorias de título sobre el Medio Oriente, India y Extremo Oriente.
Desde 1957 a 1971 participó en sucesivas escuelas de temporada, nacionales e internacionales, organizadas por la Universidad de Chile en temas propios de su especialidad, “Historia de la colonización europea» (Asia y África).
En 1971 participó en los “Cursos de Perfeccionamiento para los Profesores de la Universidad Técnica del Estado y Profesores en General”. Dictó numerosos cursos breves para profesores de educación secundaria y público en general, sobre Historia Contemporánea (Asia y África) en diversas sedes de la Universidad de Chile: Arica, Antofagasta, Valparaíso, Rancagua, Chillán, Concepción, Valdivia.
En agosto de 1973, el presidente Salvador Allende la llamó a integrar la Comisión Nacional Organizadora de la Tercera Conferencia de la UNCTAD, a realizarse en Chile en 1972.
En 1973, tras el Golpe Militar, ya jubilada, fue suspendida de sus funciones como profesora ad honorem del Departamento de Historia del Instituto Pedagógico. Fueron prohibidos y retirados de circulación sus libros, ya no la llamarían para las escuelas de verano, ni a dictar charlas ni a conferencias… Era considerada un personaje “peligroso”.
A pocos días del Golpe, una delegación de Naciones Unidas vino a Chile a saber de la situación en que se encontraban algunos personajes de la vida nacional: El poeta Pablo Neruda, Luis Corvalán, presidente del PC, Luis Figueroa, presidente nacional de la CUT, y la maestra y pacifista Olga Poblete.
Temiendo por su vida en esos días, traté de convencerla de que se fuera del país: “Madre… aquí en Chile, detenida o muerta, no es mucho lo que podrá hacer por nuestro país… fuera de Chile sí, y mucho”. Sin pensarlo dos veces, rápidamente me respondió: “… lo que yo pueda hacer afuera no es nada, comparado con lo que puede significar que aquí me apresen o me maten, luchando por el regreso a la democracia en mi país… No me puedo ir, hijo…”.
Hasta sus últimos días estuvo preocupada de los jóvenes, de las mujeres y sus organizaciones, de las reivindicaciones ganadas y vueltas a perder durante la Dictadura, de los desafíos que traería el siglo XXI. También en su mente estaba la montaña y los amarillos álamos de otoño de Lagunillas. El año de su fallecimiento pasamos el Año Nuevo allá, y junto con mi padre estuvimos en ese Portezuelo tan ligado a su vida y a la nuestra, desde donde se divisa el cerro El Plomo, el valle del Cajón del Río Maipo y el del Río Colorado. Allá, junto a su banca, en noviembre de 1999 esparcimos sus cenizas. Luego, dos años después, llegarían las de mi padre y luego llegarán las mías, para volver a mirar y aprender el nombre de las estrellas, como tantas veces lo hicimos juntos.
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